Por Pilar Mora Viera
La década del 60 fue una época de revoluciones y enfrentamiento bélico producto de
Uno de los objetivos del golpe de estado del ’76 fue disciplinar a esta generación de jóvenes rebeldes influenciados por la ola revolucionaria. Ser joven significaba ser sospechoso, peligroso, desestabilizador. Con el Estado de Sitio declarado aquél 24 de marzo, reunirse en lugares públicos era una tarea complicada, casi imposible.
El rock nacional no estaba totalmente instalado, todavía no había desarrollado una identidad sólida. Aún así, estaba directamente asociado a la subversión, y por lo tanto, sufría rigurosas restricciones. Esta condición perjudicó y demoró su asentamiento definitivo.
Pero para los jóvenes reprimidos, los recitales de rock se transformaron en una necesidad, un indispensable. Eran las únicas posibilidades que tenían para reunirse con otras personas con sus mismos intereses, preocupaciones y formas de pensar y ver las cosas. El rock era la voz que les decía que no estaban solos y les transmitía las ganas de seguir luchando.
Por este motivo, los recitales fueron sede de numerosos intentos de boicot. Se prohibieron las actuaciones en lugares grandes y los artistas se vieron obligados a tocar en salas pequeñas, clubes de barrio y sociedades de fomento, en ocasiones de manera clandestina. Los militares comenzaron a “recomendar” a los dueños de los clubes que no les alquilen a determinadas bandas. También tomaron otras medidas: durante un recital de Alas en el Ritz, estalló la primera bomba de gas lacrimógeno, y luego dos más de este tipo en Periscopio en una actuación de Huerque Mapu.
Los grupos de jóvenes concurrentes a recitales en el Luna Park fueron perseguidos incansablemente. Pasaban la noche en la comisaría por llevar el pelo largo o por no tener documentación. Les revisaban los antecedentes y con suerte salían por la mañana.
Muchos artistas decidieron que era mejor continuar sus carreras en el exterior, como Miguel Cantilo y Charly García. Algunos como León Gieco, debieron irse por obligación, y pasado el peligro, regresaron. Otros, optaron por apoyar la dictadura para poder tocar sin ningún tipo de censura, como el emblemático caso de Juan Carlos Saravia, líder de los Chalchaleros, quien le regaló un poncho a Videla ante los ojos del público.
“Una de las cosas que me impulsó a dejar el país fue el constante acoso policial en la calle”, recuerda Miguel Cantilo.* “Te paraban, te interrogaban en cualquier esquina, y te preguntaban por qué usabas el pelo largo (…) no se puede vivir así”. “Recuerdo que una vez fui a cantar a la televisión y un milico no permitía que me hicieran primeros planos. Tengo una recorte de una revista que hay una foto de Pedro y Pablo del festival Barrock, en el epígrafe dice La estremecedora imagen de la juventud de hoy en día.”
Foto: Miguel Cantilo ("Pedro y Pablo")
“Por un lado, la etiqueta de exiliado te daba cierto prestigio. Pero por otro, tengo la sensación de que el que se quedó compartió el sentimiento con la gente, como le pasó a León Gieco (…). Como que esos cinco años, para algunos diez, para algunos más, crearon un desconecte con la gente. Si analizás la carrera de los que nos fuimos, nunca pudimos alcanzar ese nivel de aceptación, de popularidad. Nunca pudimos recuperar ese tiempo perdido. Hay una incomprensión entre el mensaje y la gente. A mí y a otros nos pasa que no tenemos en la gente el arraigo de los que se quedaron (…) Esos años que te fuiste crean una distancia entre el artista y su gente que es irrecuperable”.
A partir de la guerra de Malvinas, los mismos militares que reprimían y censuraban la libre difusión del rock se reunieron con artistas de la talla de Spinetta, Charly García, Litto Nebbia, David Lebón y León Gieco para llegar a un acuerdo. La idea era promulgar el rock nacional debido a que cualquier tipo de música en inglés, sin importar su contenido, estaba terminantemente prohibida. Aún así, siguiendo la línea que caracterizó a los represores, este acuerdo tenía una lista de temas que no estaban permitidos. El operador Viola, encabezador de estas reuniones, les prometió a los músicos que podrían cantar en salas grandes y el acceso a los medios masivos.
El 15 de mayo de 1982 el Festival de Solidaridad Americana tuvo lugar en Obras Sanitarias, organizado por los militares. Contó con la participación de Spinetta, Charly, León Gieco, Litto Nebbia, Nito Mestre, David Lebón, Miguel Cantilo y Durietz, Edelmiro Molinari, Dulces 16 con Pappo como invitado, entre otros. El lema del evento fue “mucho rock por algo de paz”, con motivo de recolectar cigarrillos, abrigos, y alimentos para llevar a los combatientes de Malvinas. Un general amenazó a Raúl Porchetto para que no cante “Algo de paz”, ya que la idea de los militares no era la difusión del mensaje pacífico que emitían los músicos. A pesar de la amenaza, Porchetto la cantó junto con Charly, Lebón y Nito Mestre. El destino de los fondos recaudados continúa siendo una incógnita, aunque no es muy difícil sospechar qué es lo que pudo haber pasado con las recaudaciones.
Entrevista realizada por Laura Santos, Alejandro Petruccelli y Pablo Morgade para “Música y dictadura”.
Fuente: “Música y dictadura” de Laura Santos, Alejandro Petruccelli y Pablo Morgade. Wikipedia.
Dato adjunto: Lista de canciones prohibidas durante la dictadura: http://www.comfer.gov.ar/web/blog/wp-content/uploads/2009/07/canciones-prohibidas1.pdf